El impulso utópico y la biosfera del lenguaje

Por Claudia Aboaf

¿Habrá palabras que vivifiquen y conversen, o sólo discursos que aridizan y extraen toda idea que brote por fuera del sinsentido que nos han impuesto?

Claudia Aboaf, 2021

La escritora Claudia Aboaf expuso este poderoso texto en el encuentro “COP26 Media Summit” en octubre de 2021, previo a la conferencia de partes COP26. El encuentro estuvo organizado por Periodistas por el Planeta. Lenguaje, relatos y construcción de utopías: ¿por qué dejarnos decir con términos como “desarrollo sostenible” si podemos crear nuestras propias representaciones, construir relatos que motoricen la transformación del mundo? Gracias Claudia por compartir. La imagen es de Ricardo Levin Morales.

La biosfera del lenguaje

Hemos roto otro mundo, además de la envoltura en la que se desarrolla la vida, que es el mundo del lenguaje. Esta biosfera entendida como el “mundo de los signos y los significados” en el que todos interactuamos es un sistema que florece al comunicarnos, pero si lo colapsamos sobreviene el caos y ninguna conversación sucede.

Una frase, un tweet, un discurso puede conducir a un significado falsable. En estas biosferas, donde “todo lo vivo” se desenvuelve –incluso el lenguaje– hay un equilibrio, pero solemos apropiarnos de una parte y desde allí controlar el resto. Con la realidad atmosférica limitada, sin lugar para otras voces, se consigue un único punto de vista que lucha por el imperio del decir, se habilitan discursos que dejan una huella nociva, en prácticas que extraen palabras y destruyen su sentido, como el bla bla bla que tan bien refiere Greta.

La biosfera del lenguaje es también un espacio de contención con códigos ante la violencia, pero cada uno tiene una versión que descargar sobre los otros y en las redes donde ninguna conversación sucede. ¿Y cómo conversamos con el dios del tiempo, y con el dios dinero, con los animales y las plantas, los cuerpos de agua y con el fuego? ¿Qué nos decimos a nosotros acerca de ellos? ¿Cuáles son los relatos que se hablan a sí mismos para excusarse de tanta muerte? ¿Cuál es la versión de los constructores de slogans, y la de los escultores de teorías extravagantes que se extienden como cánceres terminales? ¿Cómo abrimos paso a otros decires, y a la biosfera toda antes del empobrecimiento final?

En estos días, en la conferencia de partes [COP26], ¿habrá palabras que vivifiquen y conversen, o sólo discursos que aridizan y extraen toda idea que brote por fuera del sinsentido que nos han impuesto?

Necesitamos una confluencia de multiversiones para tomar dimensión del umbral en el que nos encontramos, sabemos que en el corazón de la destrucción está el capitalismo que nos organiza en cada una de nuestras acciones, aunque preferimos no hablar de ello para no cambiar los hábitos. En medio de una gran excitación tecnológica, llega el fin de la infancia de la humanidad, tenemos que ponernos serios pero con los juguetes rotos balbuceamos como niños. Nos quedamos observando la destrucción de nuestra propia construcción. La inercia es enorme y los intereses, monumentales. Las personas saben que se está moviendo la realidad, pero muches no distinguen qué es lo que pasa, porque todo sucede por debajo, en acuerdos despiadados que emergen en más miseria, opacan el futuro y lo temporal se acorta.

¿Pero tenemos ya suficiente estado de catástrofe? ¿O necesitamos el don de la profecía, como se le ha adjudicado a la ciencia ficción, para saber si la humanidad está en la víspera de una revolución o ya en el colapso? La distopía, ese mal lugar anticipado en los libros, donde sucede la exportación del agua dulce, el nuevo oro líquido, a los países ricos donde comenzó a escasear o la sequía de la cuenca del Paraná con el barro a la vista junto a toda la basura nuestra; ese mal lugar ya llegó. ¿Entonces, sólo nos queda ser reporteros, reporteras del presente? ¿O la revisión histórica, melancólica de recombinar signos y cicatrices de universos que ya no serán? Ciertos símbolos atemporales de la naturaleza como los humedales habrá que buscarlos en internet, a cambio de la poca vida de los nuevos desiertos, hasta que la lenta cancelación del futuro agote la imaginación.

Aún así, en este tiempo en que se deformó la realidad conocida y que los incendios nos cierran la garganta, surge un deseo narrativo de imaginar lo que viene para nosotros, de adelantarnos a la oscuridad y a las cenizas. Con la humanidad puesta en la orilla de su extinción, parece necesario cambiar las historias asesinas y la saga evolutiva de garras y dientes por otras versiones, que no dejen a nadie, ni nada afuera. En todo movimiento social el relato es muy importante y hay veces que las humanidades en riesgo acumulan la vitalidad suficiente para que alternativas que parecen fantasmáticas operen. En las catástrofes hay milagros lingüísticos que organizan distinto los saberes, pero si uno es cauteloso nada sucede.

Las palabras, vueltas decisiones, pueden usar las herramientas del lenguaje y su hábil mecánica, no sólo para condenarnos, sino también para recuperar el espectáculo terrestre, luminoso, atmosférico, como miembros de una comunidad biótica. El impulso utópico fue siempre el motor del mundo no importa cuántos fracasos tenga en su inventario. Rige la creatividad, el diseño de una comunidad sustentable, lo abarca todo, hasta la intervención de los cuerpos, o para vivir 100 años, pero si la imaginación es rehén del “mal desarrollo” (dos palabras bien acuñadas por Maristella Svampa; ver nota en este sitio web) obtendremos una pesadilla.

El llamamiento utópico puede ser una búsqueda sostenida de reparación de la biosfera con todxs sus componentes. Necesitamos proyectos, diseños, planos, mapas de ayuda mutua, y mantenerlos vivos y disponibles, montados sobre conversaciones situadas, reales, también con el agua como sujeto de derechos y otras voces para reequilibrar la biosfera del lenguaje porque la condición espectral de las imágenes utópicas influye luego en las construcciones sociales y ambientales.

Pero hay un par de claves que rigen el impulso utópico para una política vital: el desplazamiento del yo al nosotros, y la readecuación de nuestro minúsculo y frágil papel en la biosfera. De lo contrario, roto el mundo, roto el lenguaje, con tantas conversaciones pendientes, sólo la angustia crece. Esperemos que la palabra vertida por lxs conferencistas en la COP26 esté a la altura del abismo en que nos encontramos, porque el clima parece ser la última fuerza política y su estado es el estado de la conciencia política de sus dirigentes. O, ¿qué es lo que nos conmueve? ¡Los escuchamos!!

Sobre la autora. Claudia Aboaf nació en Buenos Aires. Actualmente vive en Tigre. Ha publicado las novelas: Medio Grado de Libertad (2003) Altamira, Pichonas (2014) Notanpüan, El Rey del agua (2016) Alfaguara, El ojo y la Flor (2019) Alfaguara. Estas dos últimas, distopías y utopías biopolíticas – Ecotopías – Cli-fi- Ciencia ficción climática. Publicó cuentos en las antologías: Mañana será Diferente (ciencia ficción), Abordajes Literarios (Adriana Hidalgo), Paisajes experimentales, New Wierd (Indómita luz). Artículos feministas, ecologistas, crónicas y reseñas para diarios y revistas. Es docente de extensión en la Universidad Nacional de las Artes en Ciencia Ficción. Forma parte de Escritoras #NohayCulturasinMundo.

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